Editorial
Escribe: Humbert Romero Verano
Director
Escribe: Humbert Romero Verano
Director
No suelo escribir en primera persona, pero tratándose de un día tan especial y sublime, con la venia de los amables lectores voy a intentarlo. A estas alturas de su vida, mi madre repite siempre que tiene dos sensaciones al mismo tiempo: una que es pobre, y la otra que es muy rica. Muchas veces la escuché detenidamente para captar su mensaje. Todo lo que ella ha hecho o haya dicho en su hermosa vida, lo tengo grabado en el disco duro de mi cerebro. Aquellos actos heroicos o frases que ella inventó desde lo más profundo de su ser, jamás los olvidaré, porque representan la vida de mi madre y la mía propia. Afirma ella que ser pobre de economía, no equivale a ser infeliz; sólo hay que ponerse metas en el camino y luchar para lograrlas. Recuerdo aun cuando yo cursaba la secundaria, mi madre con su natural ternura me dijo: “Hijo, el éxito es como una cima, o como un cerro, que para lograr lo que quieres ser en la vida, tienes que ascenderlo. Seguramente se presentarán dificultades cuando intentes escalar las cimas de las que te hablo. Se te presentarán fango, pantano, piedras, rocas. Pero con coraje, estudio, dedicación, esfuerzo y amor al prójimo, sé que lograrás arribar a la cumbre que tanto sueñas, a la cima de tus aspiraciones. Ahí habrás logrado el éxito”. Nunca olvidaré aquel mensaje que prometí ponerlo en práctica y difundirlo a las nuevas generaciones. Cuando los vecinos hablaban de riquezas, mi madre firmaba que era muy rica. Todos volteaban la mirada para sonreír. Ella los refutaba diciendo que tenía diez hijos, y el cariño y amor de ellos era suficiente para gozar de la riqueza moral y espiritual que muchos todavía andan buscando. Así siempre se mostró mi madre: con trabajo, bondad y mensajes de amor. Ella trabajó desde muy pequeña, ayudando y surcando la chacra en Maní, colaborando con el mantenimiento de su hogar paterno y el cuidado de sus hermanos menores. Más tarde, ya con familia, continuó trabajando y trabajando. El negocio se convirtió en su pasión y aliado estratégico para el mantenimiento y educación de nosotros sus hijos. Ahora ya con largos años a cuestas y la salud un tanto resquebrajada, quiere continuar trabajando, aunque no tiene urgencias económicas que atender; sin embargo, ella siempre es así, acostumbrada a trabajar para ganarse el pan que se llevará a la boca. A estas alturas, nadie podrá cambiarla. Pero vivimos orgullosos de una madre así, con su terquedad, con sus ganas de volver al trabajo, con sus proféticos mensajes, pero sobre todo con su incomparable y único amor maternal. Es el único ser en el mundo que nos da amor sin pedir nada a cambio. Ojalá todos en este planeta nos amaran como lo hace una madre. Seríamos inmensamente felices. Ha llegado el Día de la Madre y sigo preguntándome que debo hacer como hijo. Lo mínimo sería estar a su lado agradeciéndole por la vida y todas sus bondades, y eso es precisamente lo que voy a hacer. Sin embargo, creo que falta más. Falta que no esperemos este día para saludar o agradecer a nuestras madres, aún nos falta tomar conciencia de nuestra responsabilidad y dedicarle nuestra reciprocidad en cada acto de nuestras vidas. Creo que mientras ella viva, le debemos lealtad y devolución de la ternura que supo prodigarnos. Por eso levanto la voz y le digo: Feliz día querida madrecita Dorita Verano Cruz. Junto a ti, brindo por todas las madres del Perú.
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