¿Cuánto vale la vida en el Perú?
Escribe: Humbert Romero verano
Ha pasado mucho tiempo desde que el Ejecutivo prometió poner orden en las calles de nuestra preocupada colectividad para frenar el embate delincuencial. Ha sido patético escuchar en todo este tiempo, por decir lo menos, al ministro del Interior Wilfredo Pedraza minimizar lo que la ciudadanía percibía y percibe aún con claridad: el crimen organizado se ha fortalecido y ahora sí amenaza su integridad física, sus hogares y su patrimonio, a vista y paciencia de todos.
La capacidad de respuesta de la Policía Nacional, mal apertrechada y con una logística pobre o mal aplicada por sus efectivos, a lo que se agrega que el cáncer de la corrupción entre sus miembros sigue impune por razones inexplicables, ha sido nula hasta el momento. No nos confundamos, pues, con el espejismo que nos ofrecen las capturas inmediatas de sucesos mediáticos. No, pues, porque toda esta parafernalia se lleva a cabo solo cuando hay presión de la opinión pública y de las mismas autoridades, ante casos escandalosos, como por ejemplo con los dos individuos que fueron ultimados a balazo limpio hace unos días, en un restaurante del Callao, y cuyos sicarios fueron capturados en menos de 48 horas.
Eso es un típico espejismo que nos deja en la retina de nuestra crítica cuando se presentan esos execrables actos de salvajismo urbano, donde la vida del ser humano no vale nada para otro ser humano bestializado o impulsado por el vil billete mal habido a costa de asesinar al prójimo a cualquier costo. ¿Y qué hay de las decenas de homicidios jamás resueltos por la PNP, en los que los jefazos no han puesto mayor reparo como para impulsar su solución, ¿ah?
Y es que las medidas que se ponen en práctica son efectistas pero no efectivas, y vamos a mencionar dos ejemplos típicos que se presentan hace varios meses en medio del silencio del Ministerio del Interior y de la cúpula de la Policía Nacional. Los famosos serenazgos, que se pusieron en operación en diversos distritos y lugares del país, no llevan a bordo a ningún miembro policial, todo lo contrario a lo hecho cuando se pusieron en marcha esa especie de freno antidelincuencial.
Es fácil darse cuenta pues que esas camionetas de serenazgo, sin un policía que imponga su investidura para hacer respetar el principio de autoridad, resultan siendo un chiste para la delincuencia por razones obvias. Así, los hampones se burlan de los “serenos” cuando éstos han tratado de poner las cosas en su sitio. Es bueno recordar que los tripulantes de los carros de serenazgo, salvo el policía, no pueden detener a nadie ni puede emplear armas de cualquier tipo. Entonces, debemos llegar a la conclusión que ese tipo de apoyo a la ciudadanía es obsoleto, para una metrópoli como Lima que alberga casi a nueve millones de habitantes.
La alcalde de Lima, Susana Villarán, cuyo despacho inauguró hace unos meses con mucha pompa los denominados puestos de auxilio rápido en zonas populosas de la ciudad, donde el tráfico de drogas, asaltos y estafas son cosa de todos los días, no tienen entre sus miembros a efectivos de la PNP, como se supone tiene que ser en una urbe cuyos índices de sucesos delincuenciales se han incrementado.
Entonces, ¿de qué seguridad ciudadana hablamos? ¡Por favor, señor ministro Wilfredo Pedraza! Estamos desprotegidos porque sencillamente no hay por parte del Ejecutivo una verdadera política de Estado para tomar el toro por las astas y así poner a salvaguarda la seguridad ciudadanía que, incluso, no puede sentirse seguro ni en su mismo hogar, donde nadie debería irrumpir bajo ningún motivo, y menos para matar o robar. Este gobierno ha seguido virtualmente la plantilla heredada de los gobiernos anteriores respecto a la seguridad. No ha innovado nada y todo se ha vuelto una rutina, motivo por el cual cuando la gente sale de su casa tiene una pavorosa sensación de inseguridad total. Y, lo más grave, no sabe cuándo las autoridades replantearán sus estrategias para poner orden en todo este despelote que significan los asesinatos por encargo y a mansalva, en cualquier esquina, en cualquier restaurante, en cualquier sitio y a cualquier hora. ¡Basta ya!
Medidas
Hay un distrito en Lima que se llama San Borja, cuyas autoridades municipales, sin mucho ruido ni propaganda, ha puesto en operación a una suerte de informadores anónimos en sus calles, quienes, con la discreción del caso apenas se percatan de sujetos o vehículos sospechosos en sus avenidas o jirones, dan cuenta a la Policía inmediatamente. Y vaya que ha empezado a verse buenos resultados, de tal manera que los hechos delictivos han empezado a disminuir allí. ¿Por qué no imitar esa medida en otros lugares, pero con el compromiso real de la PNP para que esté presta y comprometida a fajarse contra el hampa. Esa es su razón de ser y esto es algo que deben tenerlo bien claro; en caso contrario, el policía que no tenga esa mística de función, debería pedir su baja inmediatamente.
A todo ello también podríamos poner otro ingrediente social: la participación de los ciudadanos, hombre o mujer. ¿Cómo? Muy simple: Vecino que perciba movimientos extraños por su barrio de gente ajena al mismo, que ponga en alerta inmediatamente a la central telefónica policial, que será utilizada exclusivamente para casos de emergencia. Pero, ojo, la Policía tiene que tener los equipos y logística necesarios para responder con su presencia y apoyo en esas circunstancias. El Perú no puede ni merece vivir con temor porque eso no es vida. Hay países donde la violación de un hogar por uno o dos malhechores, para cometer un robo seguido de la muerte de alguno de sus moradores, se castiga con pena de muerte. Así de simple. La pena de muerte ha sido abolida aquí, cierta, ¿pero acaso no tenemos derecho a vivir en paz?
No hay comentarios:
Publicar un comentario